El matrimonio
La Biblia dice:
Y
dijo Jehová Dios: No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea
para él. Jehová Dios formó, pues, de la tierra toda bestia del campo, y toda
ave de los cielos, y las trajo a Adán para que viese cómo las había de llamar;
y todo lo que Adán llamó a los animales vivientes, ese es su nombre. Y puso
Adán nombre a toda bestia y ave de los cielos y a todo ganado del campo; mas
para Adán no se halló ayuda idónea para él. Entonces Jehová Dios hizo caer
sueño profundo sobre Adán, y mientras éste dormía, tomó una de sus costillas, y
cerró la carne en su lugar. Y de la costilla que Jehová Dios tomó del hombre,
hizo una mujer, y la trajo al hombre. Dijo entonces Adán: Esto es ahora hueso
de mis huesos y carne de mi carne; ésta será llamada Varona, porque del varón
fue tomada. Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a
su mujer, y serán una sola carne (Génesis 2.18–24).
A.
El origen del matrimonio
Los
versículos citados anteriormente nos explican cómo Dios estableció el primer
matrimonio. El propósito de éste fue para que Adán tuviera una compañera. Dios
había dicho: “Le haré ayuda idónea para él”. ¿A qué se refería Dios al decir
que ella sería una “ayuda idónea” para Adán?
No
fue, como piensan algunos, principalmente para que ella hiciera el oficio de la
casa, pues ¿qué necesidad tenían de una casa? No hacía frío; no hacía calor; no
llovía… Tampoco fue para que le lavara la ropa a Adán, pues no tenía ropa antes
de su desobediencia a Dios.
Dios
hizo a Eva para que fuera una ayuda idónea para Adán. Idóneo quiere decir “adecuado y apropiado
para una cosa”. Eva fue apropiada para Adán; es decir, ella pudo ayudarlo
precisamente en las áreas de su vida donde él necesitaba ayuda. La tendencia
del hombre es evaluar todo a base de la lógica, pero la mujer emplea una
perspectiva intuitiva. (Facilidad de ver las cosas a
primera vista o de darse cuenta de ellas cuando aún no son patentes a todos.) Así
que Eva pudo contribuir a la vida de Adán con una perspectiva intuitiva, lo
cual le ayudaría a él a lograr una perspectiva más equilibrada. Adán proveyó la
parte de la fuerza, mientras que Eva contribuyó con la parte de la ternura.
Además,
Dios creó a Eva para que, al habitar con Adán, procreara hijos. De otra manera
hubiera sido imposible que el género humano cumpliera con el primer mandamiento
que Dios les dio: “Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla”
(Génesis 1.28).
Dios
le dio a Adán la compañera que precisamente le ayudó a cumplir el propósito que
tuvo para él. Dios tiene un propósito para nosotros también. Y todavía hoy día,
él nos da la pareja que necesitamos para cumplir con este propósito.
B.
El orden del matrimonio
“Dios
no es Dios de confusión, sino de paz” (1 Corintios 14.33).
Si tuviera que escoger una sola palabra para describir de mejor forma el
matrimonio común y corriente de hoy día, sería “confusión”. La confusión
matrimonial se manifiesta por todas partes: el enojo, la pereza, la
irresponsabilidad, el adulterio, el divorcio, el abandono… No hace mucho hablé
con una señora cuyo yerno había abandonado a su hija tres veces. Pero esta
situación lamentable no se generó de la noche a la mañana. Se dieron una serie
de conflictos, excusas y engaños.
¿De
qué provienen tal desorden y confusión matrimonial?
Por
lo general el desorden matrimonial no viene sólo de un lado. Más bien proviene
de lo que yo llamaría la “cultura de la indiferencia” hacia lo que Dios dice
con respecto al orden del matrimonio. ¿A qué me refiero al decir “cultura de la
indiferencia”? Permítame explicárselo:
Hace
como cuatro meses, platiqué con un hombre al que no había visto antes. Nuestra
conversación se desarrolló más o menos de la siguiente manera. Primero, él me
preguntó:
—Y
ese lienzo que lleva su mujer en la cabeza, ¿para qué lo lleva?
—Bueno,
eso lo lleva en obediencia a lo que dice la Biblia en 1 Corintios capítulo 11.
—Pero,
¿para qué sirve?
—Bueno,
el velo tiene varios propósitos y significados: es un cubrimiento en muestra de
modestia para su cabello largo; además, es una señal de su sumisión al hombre…
Al
mencionar la palabra sumisión, el hombre reaccionó de inmediato, arqueó las
cejas y me respondió con indignación:
—Mire,
la mujer puede ser todo lo que es el hombre. Ella puede ser patrona, jefe, policía…
aun puede ser presidenta del país. —Al platicar más en cuanto a lo que la
Biblia dice sobre este asunto, resultó evidente que mi amigo estimaba más su
propia lógica que lo que Dios dice en cuanto al orden matrimonial.
Y
él no es el único. He escuchado a otros que profesan estar de acuerdo con lo
que dice la Biblia con respecto al orden matrimonial. Sin embargo, con sólo
referirse a su propio matrimonio, empiezan a presentar excusas como las
siguientes: “Mi marido no es muy capaz”. “Mi señora no cumple con su parte.”
A
esto me refiero cuando hablo de una “cultura de indiferencia” al orden
matrimonial establecido por Dios. Y una cultura no se cambia fácilmente. Tendrá
que cambiarse corazón por corazón, persona por persona, pareja por pareja,
iglesia por iglesia… Pero puedo predecir con confianza que a medida que nuestra
cultura cambie a una “cultura atenta” a las instrucciones de Dios, la confusión
existente en los matrimonios será reemplazada por la paz, el amor, el placer
verdadero, la fidelidad y las acciones de gracias al sabio Creador del
matrimonio.
Pero,
¿precisamente cuál es el orden matrimonial que Dios ha establecido? No lo
describiré aquí, pues usted lo debe buscar en su propia Biblia. Ahí Dios lo
revela con mayor claridad de lo que yo pudiera revelárselo en este artículo. El
orden matrimonial establecido por Dios se encuentra principalmente en tres
pasajes bíblicos. Búsquelos en:
•
Efesios 5.22–33
• 1 Timoteo 2.8–15
• 1 Pedro 3.1–7
Y
no diga lo que me dijo un amigo una vez. Dijo que estos pasajes sólo se tratan
de costumbres culturales que ya no existen y que de ninguna manera constituyen
principios vigentes para toda época.
La
verdad es que estos pasajes bíblicos hablan de principios basados en el acto de
la creación, el pecado original y el ejemplo de Sara (que vivió miles de años
antes que la cultura en la cual vivieron los escritores de Efesios, Timoteo y
Pedro), y de la relación entre Cristo y la iglesia. Todas estas bases traspasan
la cultura y la costumbre de cualquier país o época de la historia y llegan
hasta nosotros hoy dondequiera que vivamos. ¿Acaso nos creemos más sabios que
nuestro Creador? ¿Le permitiremos cambiar nuestra “cultura de indiferencia” a
una cultura alerta a él y a su mensaje?
C.
Los propósitos del matrimonio
Nosotros,
a la hora de analizar el éxito de nuestras relaciones con los demás (permítame
decírselo con toda sinceridad), somos muy egoístas. Por ejemplo, si usted me
pregunta cómo me va en el matrimonio, de momento pienso si soy feliz o no.
Inmediatamente pienso si yo estoy obteniendo de mi matrimonio lo que necesito.
No pienso primero si mi esposa es feliz. No pienso si mi matrimonio está
cumpliendo los propósitos de Dios. De hecho, después de un momento pienso en
estas cosas también, pero requiere esfuerzo.
Debemos
esforzarnos por asegurarnos de que nuestro matrimonio está cumpliendo con los
propósitos de Dios. ¿Cuáles son esos propósitos?
1.
Un testimonio a los en nuestro alrededor
acerca del poder sobrenatural de Dios
Dios
quiere que el matrimonio cristiano muestre ante la comunidad su poder
sobrenatural. Pero, ¿cómo se muestra ese poder en la vida de una pareja?
La
tendencia humana es ser egoísta e interesarse en uno mismo primero. En el
matrimonio se requiere del poder sobrenatural de Dios para que yo pueda
preocuparme siempre más por el bien de mi esposa que por mis propios intereses.
Se requiere del poder de Dios para ayudar a mi esposa a bañar a los niños
cuando me gustaría más salir a platicar con mis amigos. Requiere del poder de
Dios para trabajar duro todos los días para proveer para mi esposa en vez de
hacer lo que me gusta. Y mi esposa requiere del poder de Dios para apoyar la
convicción que Dios me ha dado a mí en cuanto a disciplinar a nuestros hijos,
aun en los casos en que ella no esté de acuerdo conmigo. Requiere también del
poder de Dios para proteger a nuestros hijos de las influencias dañinas, cuando
sería más fácil dejarlos correr por donde ellos quieran.
En
el caso del marido incrédulo e irresponsable, se requiere mucho poder de Dios en
la vida de la esposa, para que pueda sujetarse a él en silencio y sin
“predicarle”. Ése es el testimonio más fuerte que ella puede dar: “Asimismo
vosotras, mujeres, estad sujetas a vuestros maridos; para que también los que
no creen a la palabra, sean ganados sin palabra por la conducta de sus esposas,
considerando vuestra conducta casta y respetuosa” (1 Pedro 3.1–2).
Dios
quiere mostrar por medio de un matrimonio armonioso su poder sobrenatural. ¡Qué
testimonio más fuerte ante el mundo! (Véase Tito 2.4–5.)
2.
Mostrar ante la comunidad la relación que hay entre Jesús y su iglesia
Encontramos
la explicación de esa relación en Efesios 5.22–23.
Fíjase en lo que Jesús hizo por nosotros: Se entregó a sí mismo hasta la muerte
para santificarnos, purificarnos y presentarnos a sí mismo perfectos. El marido
fiel en su vida diaria le muestra al mundo lo que esto significa. Él sacrifica
sus propios intereses y placeres con el fin de proveer por el bien de su
esposa, afirmando que es la compañera perfecta que Dios le ha dado aunque sea
imperfecta. ¡Qué seguridad le da esto a su esposa! ¡Qué gran testimonio más
práctico ante el mundo del amor de Cristo para con nosotros! Marido, ¡tú debes
sacrificarte por el bien de tu esposa aun cuando ella no te sea fiel! Así hizo
Cristo.
Fíjase
también en la reverencia que tiene la iglesia para con Cristo. En Efesios 5.22–24 nos dice que Cristo es la
cabeza de la iglesia, y la iglesia está sujeta a él. La esposa fiel muestra al
mundo lo que esto significa en la vida diaria. Ella respeta a su esposo como su
cabeza, permitiendo que él dirija en todo, aun cuando él no esté muy dispuesto
a dirigir. ¡Qué motivación le da esto al marido para cumplir con su
responsabilidad! ¡Qué testimonio tan práctico de cómo el verdadero pueblo de
Cristo se sujeta a él!
Dios
es fiel. Él siempre cumple sus promesas. Dios le dijo al pueblo de Israel: “¿Se
olvidará la mujer de lo que dio a luz, para dejar de compadecerse del hijo de
su vientre? Aunque olvide ella, yo nunca me olvidaré de ti” (Isaías 49.15).
En
los votos del matrimonio, la pareja se promete fidelidad el uno al otro en
tiempos difíciles así como en los tiempos cuando todo marcha bien. Pero cuando
enfrentan algún desacuerdo, muchos se justifican para ser infiel a su cónyuge.
¡Cuántos pretextos se presentan para probar que la razón de que todo se
desbarató fue por la culpa del cónyuge! Sin embargo, la infidelidad al cónyuge
siempre es infidelidad matrimonial. Y ¡cómo se duele el corazón de Dios cuando
mostramos ante la comunidad un testimonio torcido de su carácter fiel! Hasta le
repugna tener que escuchar nuestros pretextos. Fíjase en los siguientes
testimonios bíblicos de la fidelidad de Dios.
•
“Jehová, (…) tu fidelidad alcanza hasta las nubes” (Salmo 36.5).
•
“Poderoso eres, Jehová, y tu fidelidad te rodea” (Salmo 89.8).
•
“Y te desposaré conmigo en fidelidad, y conocerás a Jehová” (Oseas 2.20).
•
“Fiel es el que os llama, el cual también lo hará” (1 Tesalonicenses 5.24).
•
“Si fuéremos infieles, él permanece fiel; él no puede negarse a sí mismo” (2
Timoteo 2.13).
•
“Fiel es el que prometió” (Hebreos 10.23).
En
medio de una sociedad que sólo presenta pretextos en cuanto a su responsabilidad
matrimonial, ¿se mantendrá usted fiel a su cónyuge, sin importarle cómo le
trate a usted?
Anteriormente
hablé del hombre que estimaba más su propia lógica que la voz de Dios. Cuando
llegamos al final de nuestra conversación, pues hablamos durante varias horas,
su actitud y espíritu habían cambiado. No digo que había cambiado de opinión,
pero ya no estaba tan aferrado a sus propias ideas. Al despedirnos, noté que
había en él cierto deseo de continuar la conversación. Mi oración es que él
haya podido ver en mi matrimonio la evidencia de un poder sobrenatural, un
poder que solamente puede manar de Dios. De ser así, nuestro matrimonio no
habrá sido en vano.
El divorcio
La Biblia dice:
No
seáis desleales para con la mujer de vuestra juventud. Porque Jehová Dios de
Israel ha dicho que él aborrece el repudio (Malaquías 2.15–16).
En
la parte anterior se explica que el plan de Dios para nuestro matrimonio es que
represente la fidelidad de Dios aquí en la tierra. Esto se hace real cuando,
como cónyuges, nos entregamos únicamente el uno al otro, pase lo que pase,
hasta la muerte. En tal cuadro obviamente no cabe el divorcio. En gran parte,
el mundo evangélico estaría muy de acuerdo en que el divorcio no es bueno.
Sin
embargo, cuando se trata de matrimonios con problemas, sea el propio o el de
conocidos, yo encuentro que muchas veces las personas tienen una serie de
excusas para justificar los divorcios que hay entre ellos. En la primera parte
de este artículo le llamamos a esta actitud la “cultura de la indiferencia” con
relación a los mandamientos de Dios. Nuestra oración a Dios es que él pueda
usar esta parte acerca del divorcio para que se efectúe un cambio, primero en
nuestra propia vida personal y luego a nivel familiar, congregacional, e
incluso nacional, cambiando nuestra “cultura de indiferencia” a una “cultura de
atención” a lo que Dios manda.
Pues,
¿qué nos manda Dios en relación con el divorcio? En primer lugar, pongámonos de
acuerdo sobre un punto muy esencial: Dios aborrece el divorcio. Él así lo dice
en Malaquías 2.15–16. Dios aborrece cualquier infidelidad a los pactos o contratos que
hayamos hecho. ¿Cómo no va a aborrecer también la infidelidad a los votos
matrimoniales? En esto está de acuerdo casi todo el mundo religioso, ¿verdad? A
nadie le gusta el divorcio.
Pero
no siempre estamos en el mismo parecer cuando surgen situaciones matrimoniales
difíciles. Por ejemplo, si mi cónyuge incumple su parte del contrato
matrimonial, ¿me libera esto para invalidar mi responsabilidad también?
¿Existen situaciones en que Dios bendice a los que están bajo divorcio? Y si
existen, ¿cuáles son?
Para
contestar estas preguntas, trataremos de despegarnos de todas las emociones y
toda la polémica que siempre acompaña este asunto. Queremos entender con
claridad cuál es el corazón de Dios para su pueblo con respecto a esta
cuestión.
A. ¿Por qué aborrece Dios el divorcio?
Hemos
visto que Dios aborrece el divorcio. Pero, ¿por qué lo aborrece? ¿Qué hay en el
corazón de Dios que lo hace sentir tanta repugnancia para el divorcio? Primero,
es porque…
1. El divorcio rompe el significado simbólico del matrimonio
Dios
nos ha dicho que la relación del matrimonio simboliza la relación entre él y su
pueblo. Note que al leer Malaquías capítulo dos, aun es difícil ver cuáles
versículos hablan de la relación entre el hombre y su mujer y cuáles de la
relación entre Dios y su pueblo Israel. Esto es porque ambas relaciones son muy
semejantes. En ambos casos, Dios exige la fidelidad absoluta.
¿Qué
tal nosotros, los maridos? ¿Vivimos nosotros con nuestra esposa de tal forma
que representamos sinceramente la fidelidad de Dios para con su pueblo? Y
ustedes, esposas, ¿reflejan la fidelidad del verdadero pueblo de Dios para con
él en la manera en que viven con su marido?
Dios
siempre cumple sus promesas. La Biblia dice que él no puede mentir. La
fidelidad de Dios es una parte integral de su carácter. Es la verdadera
expresión de su persona.
En
fin, Dios aborrece el divorcio porque constituye una burla descarada ante el
mundo con respecto a la fidelidad de Dios. Además, Dios lo aborrece porque…
2. El divorcio es un intento de separar lo que Dios juntó
En
Mateo 19.3 los fariseos le preguntaron a Jesús: “¿Es lícito al hombre repudiar a
su mujer por cualquier causa?” Jesús les respondió en los versículos 4–6:
“¿No habéis leído que el que los hizo al principio, varón y hembra los hizo, y
dijo: Por esto el hombre dejará padre y madre, y se unirá a su mujer, y los dos
serán una sola carne? Así que no son ya más dos, sino una sola carne; por
tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre.”
Efectivamente,
ante Dios el divorcio no deshace el lazo matrimonial, pues Romanos 7.1–3 dice que el matrimonio es de por vida. Pero ante los ojos de los
hombres, el divorcio sí deshace el matrimonio. Los cónyuges divorciados viven
separados, desafiando de esa manera al Dios altísimo que los creó y los juntó
en una sola carne. ¡Esto no debe ser!
Además,
Dios aborrece el divorcio porque…
3. El divorcio demuestra otro espíritu que no es de Jesús
Jesús
vino a este mundo como Príncipe de paz. Pedro escribió esto acerca de lo que
Jesús hizo mientras andaba en la tierra: “Cuando le maldecían, no respondía con
maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga
justamente” (1 Pedro 2.23). Luego, el apóstol nos amonesta en 1 Pedro 4.19: “De modo que los que padecen según la voluntad de Dios, encomienden
sus almas al fiel Creador, y hagan el bien”.
Por
lo general, el divorcio es directamente contrario a este espíritu que demostró
Jesús. El divorcio es una reacción. Sólo mencionarle la posibilidad del
divorcio a su cónyuge es amenazarlo. El divorcio clama: “Yo tengo el derecho a
vivir mi propia vida como yo quiera vivirla”. Por eso, Dios aborrece el
divorcio. Además, lo aborrece porque…
4. El divorcio priva a los hijos de un ambiente seguro
Los
especialistas muchas veces están equivocados, pero en lo que voy a decir, creo
que están en lo correcto. Ellos dicen que los hijos de los padres divorciados
tienden a la delincuencia. Son más propensos al robo, al homicidio y a un
sinfín de crímenes. Las calles y las cárceles están llenas de jóvenes
delincuentes que son producto de hogares despedazados por el divorcio. Satanás
saca ventaja y oprime cada vez más a estos jóvenes con los lazos del vicio.
¿Cuántos desventurados acabarán en el infierno como resultado de la decisión de
sus padres de divorciarse?
No
sabemos. Pero las siguientes palabras de Jesús acerca de los que hacen tropezar
a los “pequeños” deben alarmarnos: “Y cualquiera que haga tropezar a alguno de
estos pequeños que creen en mí, mejor le fuera que se le colgase al cuello una
piedra de molino de asno, y que se le hundiese en lo profundo del mar” (Mateo 18.6).
Dios aborrece el divorcio porque hace tropezar a los hijos. Además, Dios lo
aborrece porque…
5.
El divorcio engendra más divorcio
No
hace tantos años que el divorcio casi no se conocía en las Américas. Pero,
ahora es una práctica desenfrenada. Se dice que de cada cien matrimonios,
aproximadamente unos cincuenta terminarán en divorcio.
¿Por
qué ha cambiado tanto este tema desde la época de mis abuelos? ¿Será que ahora
hay menos religión de la que había en ese tiempo?
No,
no lo creo. Los Estados Unidos, por ejemplo, sigue siendo un país bastante
religioso. Y lo que es peor, las estadísticas demuestran que en las regiones
más religiosas de este país el índice de divorcios es más alto que en las menos
religiosas.
¿Será
que hoy día la gente se esfuerza menos que antes por salvar los matrimonios?
Tampoco lo creo. Lo cierto es que nunca se han visto tantas instituciones que
ofrezcan orientación matrimonial como en la actualidad. A nadie le gusta el
divorcio.
¿Será
que ahora es más fácil tramitar y obtener un divorcio? Sí, es más fácil, y
estoy seguro de que esto es un factor determinante en la causa del aumento de
las tasas del divorcio. Sin embargo, no creo que sea el factor principal,
porque hay iglesias cristianas actuales que viven bajo las mismas leyes fáciles
del estado y están completamente libres del azote del divorcio. ¿Por qué?
Porque no permiten que el divorcio eche raíces en sus congregaciones y por eso
no puede reproducirse.
El
divorcio corre tan desenfrenadamente hoy día porque la generación actual está
cosechando lo que sembraron sus padres, y es una cosecha bastante amarga. La
generación anterior y la que la antecedió sembraron el divorcio al abrir la
puerta (aunque inicialmente la abrieron sólo un poquito) a la idea de que el
divorcio es una opción en el caso de matrimonios difíciles. Lo que hoy vive
nuestra generación es testimonio de la veracidad de la Biblia cuando dice: “No
os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare,
eso también segará” (Gálatas 6.7).
Existe
también otra manera en que el divorcio engendra más divorcio. Dios instituyó el
pacto matrimonial para la seguridad emocional de los cónyuges. ¿Qué sucede si
surgen disputas entre esposos y ambas partes saben que si no pueden llegar a un
acuerdo, queda la opción del divorcio? Sin ningún lugar a dudas, tal
posibilidad le quita a los cónyuges la seguridad misma que el pacto matrimonial
debería darles en medio de las dificultades.
Pensemos
ahora en la próxima generación. Se dice que los hijos de padres divorciados se
divorcian con más regularidad. De aquí a veinte años, ¿qué pasará con los
matrimonios de nuestros hijos? ¡Volvamos, pues, a Dios! ¡Clamemos a él por su
misericordia! ¡Dejemos de traicionar a nuestros cónyuges y a nuestros hijos!
B. Pero, ¿será que Dios aborrece todo divorcio?
En
Mateo 5.32 y 19.9 Jesús dijo unas palabras que han sido motivo de numerosas disputas en
el mundo evangélico. En Mateo 5.32
dice: “Pero yo os digo que el que repudia a su mujer, a no ser por causa de
fornicación, hace que ella adultere”. Aquí presento tres maneras de interpretar
esta frase “a no ser por causa de fornicación”:
Interpretación
#1: Algunos creen que la frase “a no ser por causa de fornicación” se
refiere a la costumbre de las parejas judías de desposarse o comprometerse el
uno al otro unos meses antes de la boda. Durante ese período de desposorio, la
gente se refería a ellos como “marido” y “mujer”, aunque aún no vivían juntos.
En tal caso, si se hallaba que la mujer le había sido infiel a su “esposo”, él no
debía casarse con ella, sino que hacían un divorcio legal para anular el
compromiso de desposados. Todo esto era antes de consumar el matrimonio.
Considere el caso de José y María, los padres de Jesús. Ya que María se halló
embarazada antes que ambos vivieran juntos, José creía que ella había cometido
fornicación y pensó repudiarla (véase Mateo 1.18–22).
Interpretación
#2: Otros creen que esta frase trata la situación donde uno de los
cónyuges vive en la práctica de la fornicación, y que en tal caso el cónyuge
fiel se volvería partícipe del pecado si siguiera viviendo con él.
(Véase
también Salvo por
la causa de fornicación, que da otra interpretación)
Interpretación
#3: Aun otros creen que esta frase le da derecho al cónyuge “inocente” a
divorciarse del otro cónyuge por casi cualquier infidelidad matrimonial. Miles
de “cristianos” se han aprovechado de esta interpretación para así justificar
su propio divorcio.
Ahora
bien, en realidad, ¿qué quiso decir Jesús con la frase “…a no ser por causa de
fornicación”?
Considérela
de esta manera. En Mateo 19 los fariseos le habían preguntado a Jesús: “¿Es lícito al hombre
repudiar a su mujer por cualquier causa?” En su respuesta, Jesús claramente
estableció una norma mejor que la de la ley o el permiso de
Moisés, pues dijo que “por la dureza de vuestro corazón Moisés os permitió
repudiar a vuestras mujeres; mas al principio no fue así”.
Pero
sucede que hoy día muchos se aprovechan de la frase de Jesús, “a no ser por
causa de fornicación”, permitiendo aun más divorcio que lo que permitió Moisés.
¡Abundan los pastores que no sólo permiten el divorcio, sino que hasta
aconsejan a sus miembros a que se divorcien.
Además,
hoy día muchas iglesias permiten que las mujeres se divorcien de sus maridos.
¡Esto ni Moisés lo permitió! Toda referencia al divorcio en el Antiguo
Testamento se refiere al marido que se divorcia de su mujer. No hay excepción
alguna. (Busque en su Biblia si no lo cree.)
Las
interpretaciones uno y dos concuerdan más con la enseñanza general de Jesús,
así como con las demás escrituras sobre este asunto. La interpretación número
uno es muy común entre los anabaptistas conservadores de hoy. La interpretación
número dos es la que comúnmente abrazaron los primeros cristianos después de
los apóstoles. La interpretación número tres es un instrumento en las manos de
Satanás para obrar en contra de Dios.
Con
todo, si en algunos casos Jesús permitió la separación, nunca hallamos que él
permitiera las segundas nupcias a menos que uno de los cónyuges haya muerto.
Las segundas nupcias
La Biblia dice:
Cualquiera
que repudia a su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra ella; y si
la mujer repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio (Marcos 10.11–12).
Hasta
aquí hemos tratado del matrimonio y el divorcio. Hemos hablado en cuanto a lo
que denominamos una “cultura de indiferencia” a lo que Dios dice con respecto
al matrimonio y el divorcio. Dicha cultura la hemos creado nosotros mismos… y
la confusión matrimonial en que nos encontramos ahora es producto de la misma.
Al
decir “cultura de indiferencia” nos referimos a nuestra manera de pensar,
hablar y actuar cuando enfrentamos dificultades matrimoniales. Por ejemplo,
casi todas las personas que se llaman “cristianas” asienten a la verdad que el
matrimonio es de por vida. Sin embargo, tan pronto se hallan
hundidos en problemas matrimoniales difíciles de resolver, muchos presentan
pretextos por los que esperan encontrar la manera de disolver su matrimonio
antes que Dios lo disuelva con la muerte. Todo parece indicar que una gran
mayoría cree que lo que Dios dice se puede cambiar de aquí para allá para
adaptarse a su situación. Esto es a lo que llamamos toda una “cultura de
indiferencia” a los mandamientos de Dios.
En
esta parte de este artículo voy a tratar acerca de las segundas nupcias. Pero antes
de continuar con esta parte, vamos a repasar once puntos principales que vimos
acerca del matrimonio y el divorcio:
1.
Cuando atendemos a las instrucciones de Dios, habrá paz, amor, placer y
fidelidad en el matrimonio.
2.
Dios quiere que nuestro matrimonio sea un testimonio a la comunidad acerca del
poder sobrenatural de Dios en las relaciones humanas.
3.
Dios quiere que nuestro matrimonio sea un ejemplo de la relación entre Jesús y
su pueblo.
4.
Dios quiere que nuestro matrimonio sea una demostración del carácter de Dios.
5. Dios aborrece el divorcio porque rompe el significado simbólico del
matrimonio.
6.
Dios aborrece el divorcio porque separa lo que Dios juntó.
7.
Dios aborrece el divorcio porque muestra un espíritu ajeno al de Jesús.
8.
Dios aborrece el divorcio porque priva a los hijos del ambiente seguro que
necesitan para su desarrollo.
9. Dios aborrece el divorcio porque el divorcio engendra más divorcio.
10.
Estas palabras de Jesús que se han hecho populares en boca de muchos, “a no ser
por causa de fornicación” (Mateo 5.32 y 19.9), no le dan derecho al cónyuge
“inocente” a divorciarse de su pareja y casarse con otro.
11. Si en algunos casos de infidelidad conyugal Jesús dio lugar a la
separación, nunca hallamos que él permitiera las segundas nupcias mientras el
cónyuge anterior todavía estaba con vida.
Este
último punto es el que trato de abordar ahora. Así que, ante todo veamos cuáles
son las propias palabras de Jesús y del apóstol Pablo sobre este tema:
Mateo
5.32 (Jesús dice): “Pero yo os digo que el que repudia a su mujer, a no ser por causa de
fornicación, hace que ella adultere; y el que se casa con la repudiada, comete
adulterio.”
Mateo
19.9 (Jesús dice): “Y yo os digo que cualquiera que repudia a su mujer, salvo por causa
de fornicación, y se casa con otra, adultera; y el que se casa con la
repudiada, adultera.”
Marcos
10.11–12 (Jesús dice): “Cualquiera que repudia a su mujer y se casa con otra, comete
adulterio contra ella; y si la mujer repudia a su marido y se casa con otro,
comete adulterio.”
Lucas
16.18 (Jesús dice): “Todo el que repudia a su mujer, y se casa con otra, adultera; y el
que se casa con la repudiada del marido, adultera.”
Romanos
7.2–3 (escribe el apóstol Pablo): “Porque la mujer casada está sujeta por la ley al marido mientras éste
vive; pero si el marido muere, ella queda libre de la ley del marido. Así que,
si en vida del marido se uniere a otro varón, será llamada adúltera; pero si su
marido muriere, es libre de esa ley, de tal manera que si se uniere a otro
marido, no será adúltera.”
1
Corintios 7.10–11 (escribe el apóstol Pablo): “Pero a los que están unidos en matrimonio, mando, no yo, sino el
Señor: Que la mujer no se separe del marido; y si se separa, quédese sin casar,
o reconcíliese con su marido; y que el marido no abandone a su mujer.”
¡Todo
está muy claro! A menos que muera el cónyuge de uno, casarse de nuevo queda
completamente prohibido por el Nuevo Testamento. (Si encuentras algunos
versículos en el Nuevo Testamento que expongan lo contrario a estos que
aparecen aquí, por favor, escríbelos y envíanoslos.)
Sin
embargo, muchos de nosotros conocemos a personas que se han casado por segunda
vez, estando aún vivo su cónyuge anterior. ¿Qué hacer en tales casos? En muchos
casos estas segundas nupcias ya han producido familias enteras. Existe el caso
de jóvenes que se casan por capricho, viven como marido y mujer por un tiempo y
luego deciden separarse al concluir que no debían haberse casado. Lo cierto es
que muchas de estas personas obtienen el certificado del divorcio civil,
encuentran al cónyuge “indicado”, y viven aparentemente felices por veinte,
treinta o aun cuarenta años antes de convertirse al Señor. ¿Qué deben hacer
tales personas?
Conozco
a personas que afirman que las segundas nupcias, aunque no debían haberse
contraído, siempre son matrimonios legítimos y que por tanto no se deben
deshacer. Hay iglesias que afirman que los matrimonios que se contrajeron antes de convertirse la pareja pueden
ser anulados, pero cualquier matrimonio que se contrae después de la conversión es legítimo. Y
también están los que reconocen que las segundas nupcias no son correctas, pero
argumentan que no se deben deshacer debido a que lo malo de privar a los hijos
de la seguridad de un hogar contrapesa lo malo de seguir en las segundas
nupcias.
Pero
a pesar de todos estos pretextos, tú te darás cuenta de que el Nuevo Testamento
sigue prohibiendo las segundas nupcias. Reconozco que el Nuevo Testamento no
dice específicamente qué se debe hacer cuando ya se hayan contraído las
segundas nupcias. Pero igualmente reconozco que el que quiere más que todo
hacer la voluntad de Dios podrá hallar la manera de hacerla, y estoy
completamente convencido de que al hacerla, Dios le bendecirá tremendamente. He
aquí tres razones por las cuales deben ser anuladas todas las segundas nupcias
que se contraen mientras viva el primer cónyuge:
1.
La persona que se casa por segunda vez no sólo comete adulterio al momento de casarse,
sino que entra a una relación adúltera. Esto se ve en Romanos 7.3 donde dice que la mujer casada “si en vida del marido se uniere a otro
varón, será llamada adúltera”. Además, Jesús dijo en Marcos 10.11–12
que el hombre que repudia a su mujer y se casa con otra comete adulterio contra ella; es decir, contra
su mujer. Esto es cierto debido a que su primera esposa es su mujer verdadera,
porque Dios los ha unido en uno (véase Mateo 19.6).
Y según Romanos 7.2–3 la única cosa que rompe esa unión es la muerte. El adulterio que se
comete contra el cónyuge
verdadero consiste en la
relación adúltera que se mantiene viviendo en las segundas nupcias.
2.
Jesús lo expuso de forma más clara en Mateo 19.6 donde demuestra que la razón por la que los cónyuges verdaderos no
deben separarse es porque Dios
los une en una sola carne.
¿Crees tú que Dios aprueba la unión de los que se casan por segunda vez, viendo
que él mismo dice que al hacerlo ellos cometen
adulterio? ¡Imposible!
3.
Continuar viviendo en las segundas nupcias sólo echa leña al fuego perverso de
la “cultura de indiferencia” a lo que Dios dice. Y ese fuego está quemando las
meras raíces de la sociedad y la así llamada “iglesia de Dios” en el mundo.
Para
los que en este momento estén considerando casarse de nuevo mientras viva su
verdadero cónyuge, les hago esta pregunta: ¿Qué
motivo tendrán ustedes de no hacerlo si después de todo pueden casarse,
arrepentirse, confesar lo que han hecho… y seguir viviendo juntos como si
fueran esposos verdaderos? Tal
acción definitivamente no constituye un verdadero
arrepentimiento. Además, Dios no tiene por costumbre poner leyes y luego cuando
le desobedecemos, decir: “Está
bien, no importa; pueden seguir en su pecado sin consecuencia...”
Yo
reconozco que es difícil anular una relación aparentemente feliz. Reconozco
también que esto representa una dificultad tremenda para los hijos que han
venido a este mundo como resultado de las segundas nupcias. Me han llamado loco
por “interesarme más por lo que Dios dice que por el ‘bien’ de los hijos”. Pero
en medio de toda la confusión y la burla he visto una persona acá y otra allá
que ha salido de las relaciones adúlteras de sus segundas nupcias y, ¿sabes
qué? ¡Dios ha obrado poderosamente a su favor! Y la decisión tomada por estos
padres ha hecho mucho bien en las vidas de sus hijos. Esos hijos saben, sin
lugar a duda, que lo que Dios dice es importante y que se requiere la
obediencia. Además, son testigos oculares de la abundante gracia de Dios que
está obrando de una forma única y poderosa en la vida de su familia. ¡Y lo más
probable es que esos hijos nunca jamás se divorcien de sus parejas cuando sean
adultos! ¡A Dios le place darnos la gracia para pasar por
las dificultades que tenemos que enfrentar al dejar de pecar y al empezar a
caminar con él!
Amigo
lector, si tú te encuentras enredado en una relación adúltera, ¡ten ánimo! Dios
tiene un camino por donde tú puedes caminar haciendo su voluntad. Y ese camino,
por difícil que sea, te llevará a la vida eterna. Recuerda, el mejor camino
muchas veces no es el más fácil. ¡Pero siempre es el mejor! Es el mejor camino
para el bien de la sociedad; es el mejor camino para el bien del pueblo de
Dios; es el mejor camino para el bien de la generación que nos sigue; es el
mejor camino para los hijos que se encuentran en medio de la confusión que
muchos han creado; y ¡es el mejor camino para todos! Por favor, escoge el mejor
camino. No adoptes el criterio de los necios que rechazan el mejor camino sólo
porque es más difícil que el camino que les lleva directo al infierno.
Si
tú decides que vas a dejar atrás la “cultura de indiferencia” a lo que Dios
dice y vas a empezar a ponerle atención a Dios, te aseguro que no serás ni el
primero ni el único en escoger el mejor camino en lo que se relaciona con este
tema. En el Antiguo Testamento, en Esdras 9 y 10,
el pueblo de Dios vivía bajo leyes matrimoniales bastante diferentes de las que
Jesús nos ha dado a nosotros. Sin embargo, ellos habían fracasado como lo han
hecho muchos en la actualidad. No obstante, según Esdras 9 y 10,
ellos fueron capaces de dejar atrás su “cultura de indiferencia” y se aferraron
a Dios. Estas personas lloraron amargamente. Además, todos ellos se postraron
delante de Dios y confesaron sus pecados. Todos allí sintieron mucho temor a
causa del asunto tan serio en que se habían metido. Y allí mismo ellos hicieron
un pacto con Dios para obedecerle a pesar del precio que tuvieron que pagar por
hacerlo. ¿Qué hicieron? En este caso ellos despidieron a las mujeres
extranjeras que habían tomado por esposas, contrario a las leyes de Dios. Y así
apartaron de sí el ardor de la ira de Dios (véase Esdras 10.14).
En
este ejemplo el pecado no era de segundas nupcias, sino de tomar mujeres de
otras naciones. Sin embargo, el ejemplo de un verdadero arrepentimiento y de
estar dispuesto de hacer cualquier cosa necesaria para lograr la paz con Dios
nos enseña un principio muy importante.
“Por
favor, Dios, ¡ten misericordia de nosotros! Hemos pecado tan gravemente como
Israel en Esdras 9 y 10. Confesamos que no hemos hecho caso a tu clara
dirección en el Nuevo Testamento. Confesamos que nos hemos enredado
completamente en una enorme masa de confusión matrimonial. ¡Hemos traicionado a
nuestros hijos! Y frente a las advertencias dadas por tu Hijo Jesucristo y tus
santos apóstoles, nosotros hemos persistido en nuestra rebeldía. Por favor,
Dios, ¡ten misericordia de nosotros! Ayúdanos a arrepentirnos de nuestra
rebeldía y a dejar de pecar para que tú puedas librarnos de las garras de la
inmoralidad.”
Estimado
amigo, aún hay esperanza para el actual pueblo de Dios. Levantémonos y hagamos
pacto con nuestro Dios que jamás escogeremos el camino que nada más nos
convenga a nosotros, sino que continuaremos en el que él nos ha trazado.
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